El Parque Bolívar es uno de los escenarios idóneos para el reconocimiento
de las convenciones culturales como el factor más influyente en la percepción
tempo espacial, en la producción de sensaciones y en el surgimiento de
manifestaciones emotivas en los seres humanos. Es la cultura la que dicta los
patrones de cómo reaccionar ante un fenómeno determinado; y aunque se encuentra
en constante evolución, el enorme poder que ejerce sobre el hombre no ha
cambiado con el tiempo, se fortalece aún más. La cultura genera identidad,
conserva la tradición y las costumbres, pero ¿hasta qué punto le arrebata la
individualidad al ser humano y la autonomía para interpretar la realidad de
acuerdo a su propio juicio?
¿Por qué calificar al Parque Bolívar como sinónimo de violencia e
inseguridad, cuando puede resaltarse el referente histórico en el que se ha
convertido y aprovechar sus espacios para el progreso y el esparcimiento de
toda una ciudad que crece con él?
Es evidente el concepto que tiene la ciudadanía con respecto a la Plaza
Bolívar. Los conflictos que se presentan no puede simplemente ocultarse, pues
son el principal motivo por el que este lugar pasó de ser un programa familiar
a transformarse en un sector evitado por la población a causa del peligro que
para muchos representa. La única excusa para acudir al Parque Bolívar es
entonces la visita a la Catedral un domingo en la mañana, los conciertos de la
Banda Sinfónica de la Universidad de Antioquia o el Mercado San Alejo el primer
sábado del mes.
Lo que hace aproximadamente medio siglo fue un lugar exclusivo para las
clases más altas de Medellín, es hoy un espacio descuidado y desperdiciado (dada
la cantidad de actividades que podrían llevarse a cabo para revivir la Plaza)…
El Parque Bolívar ha dejado de ser novedad.
Sin embargo, es interesante analizar factores como la edad y las
características socio-culturales en la mirada que cada individuo le da al
lugar. Quienes crecieron asistiendo al Parque cada fin de semana, posiblemente
conservan una conexión particular con él que los motiva a seguir acudiendo y,
de una u otra forma, han sido testigos de las transformaciones el espacio conforme
pasan los años. Por esta razón desarrollan cierto sentido de pertenencia con el
lugar que desde hace décadas guarda las conversaciones entre amigos y las
interminables horas de lectura acompañadas de un café.
No pasa lo mismo con las generaciones más jóvenes, quienes conocen el
Parque Bolívar pero a través de lo que escuchan y no de lo que ellos mismos
perciben. Este tipo de conocimiento no hace más que generar prejuicios y
estigmas que poco contribuyen al reconocimiento de la Plaza como un lugar de
esparcimiento y un referente histórico y cultural de la ciudad.
La realidad no puede negarse: el Parque
Bolívar es hoy una de las “partes feas” de Medellín, que solo se
embellece con uno que otro evento cultural. Pero existe una realidad aun más
preocupante: es el mismo abandono el que ha provocado esta transición de un
lugar para la convivencia, a un lugar no para la violencia, sino para el
OLVIDO.
¿Es realmente este el objetivo? ¿Ignorar lo que aparentemente no se puede
cambiar es la estrategia que asegura el progreso y el desarrollo?
La ciudadanía es quien tiene la responsabilidad de revivir el Parque y
generar un cambio. Es la gente la que con su presencia y apropiación de lugares
públicos como este puede vivir la cultura y preservar los espacios de tradición
histórica para las generaciones venideras. El Parque Bolívar tiene la capacidad
de participar activamente en el
crecimiento de Medellín. No s trata de una transformación radical del lugar,
sino de la integración de este con la ciudad y su desarrollo artístico,
cultural y social.
La mejor estrategia para erradicar la violencia es reconociendo el
potencial de ciertos lugares para generar cultura, esparcimiento e interacción.
Y dejando atrás los prejuicios que tanto ciegan la percepción. Entonces, ¿por
qué no visitar el Parque hoy?
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